lunes, 30 de noviembre de 2015

lunes, 23 de noviembre de 2015

LOS LÍMITES

Dentro de la cosmovisión derivada de las pedagogías aparecidas en el siglo XX, llama la atención la proscripción de algunas palabras, entre ellas, me gustaría poner el foco en la palabra límite.
Las definiciones de los diccionarios orientan, pero no ayudan excesivamente. En cualquier caso nos conformamos con aquella que dice que un límite es “un punto  o grado que no puede rebasarse”.
Suele ser común que confundamos el “no poder” con el “no deber”. Si decimos, “no debes hacer esto”, no estamos poniendo un límite. El límite es algo que no podemos hacer, bien porque la física nos lo impida, bien porque marquemos una raya invisible trazando una frontera cuyo rebasamiento no estamos dispuestos a permitir.
Los límites, grosso modo, pueden ser de dos tipos. Por un lado están los límites físicos, es decir, por más que no intentemos, no podemos atravesar un muro. Son los límites que el mundo, la naturaleza, o como lo queramos llamar nos impone. De otro lado están los límites que nosotros, las personas, establecemos para vivir en sociedad. Estos últimos pueden variar según la escala de valores de la cultura a la que se pertenezca. Sin embargo, también estos últimos, los imponemos para evitar que los niños se topen con el límite físico real. Pensemos a qué nos referimos cuando decimos a nuestro hijo “no te subas ahí”.
Uno de los errores más graves cometidos en los últimos veinticinco años en España ha sido el creer que los límites cohibían al niño en su necesidad de experimentar con el mundo. En mi opinión, lo único que se ha conseguido ha sido que el niño precisamente no experimente una parte de la vida: los límites, y por ende, sus propias limitaciones.
En contra de lo que pueda parecer, los límites nos dan un espacio de seguridad y protección en el que podemos dedicarnos en cuerpo y alma a la tarea que decidamos. Es precisamente a partir del aprendizaje de los límites cuando podemos progresar. Pensemos en lo que nos transmiten los muros de nuestras casas, que a su vez, son sus propios límites. Pensemos también en la utilidad de conocer nuestras limitaciones y las que la naturaleza nos imponía para diseñar uno de los inventos cruciales del pasado siglo: el avión. ¿No era acaso necesario –por obvio que pudiera parecer- conocer las limitaciones de nuestra propia morfología? ¿Cómo podríamos haber desarrollado algo tan sofisticado de no conocer las limitaciones que la gravedad nos impone?
El principio de que crecemos y nos desarrollamos mejor cuando conocemos los límites, se cumple en todos los tipos de límites. Ahora bien, es cierto que es más difícil de ver en aquellos límites que nos imponemos entre nosotros, precisamente porque no tenemos claro qué tipo de límites imponer. Los límites son también un establecimiento impuesto de pautas y rutinas, y han de ser prolongados en el tiempo.
No pretendo aconsejar sobre qué límites imponer, pero como guía siempre es bueno seguir el principio –con mil matices- de que será bueno todo aquello que creamos bueno para nuestros hijos. Aquí nos movemos mucho en el terreno de las creencias personales y será bueno echar una mirada retrospectiva hacia aquellos límites que –ya desde nuestra edad adulta- juzgamos como beneficiosos para nosotros, aceptando a su vez nuestras propias limitaciones en este terreno, pues no siendo nuestro criterio un ciencia exacta, nos equivocaremos con nuestros hijos como se equivocaron con nosotros en alguna ocasión.
El establecimiento de límites es una tarea humana esencial sin la cual no es posible educar a un niño, con las consiguientes dificultades de aprendizaje en el colegio. Si bien han de ser muy claros y coherentes, no merman para nada ni la creatividad ni la capacidad de experimentación (son parte fundamental de la experimentación) ni la curiosidad del niño por el mundo, más bien yo diría que la estimulan y la encauzan. No renunciemos, por prejuicios ideológicos o malas experiencias pasadas a ellos.


Francisco Viana

Una noticia que pasó desapercibida

Usar mucho el ordenador en clase no ayuda al alumno según la OCDE. Huelga decir que su uso excesivo en casa genera los mismos resultados.