Para quien indague un poco acerca de cuáles son los fines de
la educación, puede ser relativamente fácil llegar a la conclusión de que lo
que queremos son individuos “felices”. A fin de cuentas… ¿Qué otra cosa
deberíamos buscar en esta breve estancia por ese valle de lágrimas que llamamos
vida? Sin embargo debo hacer algunas objeciones acerca de la felicidad y el
éxito.
Cuando alguien responde que la felicidad es la meta
primordial, está imponiendo un objetivo, un horizonte que perseguir, que
alcanzar, y que saborear una vez llegado a él. El filósofo danés Soren Kierkegaard
comentó una vez sobre la felicidad que era “una puerta que se abría hacia
afuera, si uno la empuja, la cierra cada vez más”. El libro sagrado del Taoísmo,
el Tao Te King, en uno de sus poemas dice “quien lo atrapa, lo pierde/ quien lo
fuerza, lo estropea”. Creo que tanto Kierkegaard como Lao Tse, pueden hacer que
nos demos cuenta de la posición egocéntrica desde la que vemos cuando hablamos
de perseguir la felicidad.
VIVIR CON INTERÉS EN LO QUE HACEMOS, NO EN NOSOTROS MISMOS
No es posible romper con el paradigma del egocentrismo
puesto que un paradigma no es tan sólo una visión de las cosas, sino las gafas
con las que podemos ver esa visión. Se mira a través del paradigma. La única
vía, llegados a este punto es romper ese paradigma, y para ello, se nos tiene
que romper algo dentro de nosotros mismos. Es precisamente cuando enfrentamos
nuestros peores temores, cuando nos podemos dar cuenta de lo bien o mal que los
llegamos a calibrar desde nuestro paradigma pretérito, y esto sólo puede conseguirse
de una manera: fracasando.
Perder y levantar acta de nuestra propia incapacidad e
impotencia es una de las cosas más importantes nos van a ocurrir en la vida. Al
romperse el paradigma egocéntrico por un periodo de tiempo concreto, vamos a
tener la oportunidad para crecer y abandonar el interés en nosotros. Es
entonces cuando estamos abiertos a crear, relacionarnos, aprender y entender la
vida de una manera diferente. Es entonces cuando estamos abiertos a entender
que el éxito y el fracaso, en tanto que relativos, son tan sólo pasos que nos
llevan a nuestro destino, que por supuesto ignoramos. No sé si vendremos con un
propósito vital o no, porque eso, deberíamos analizarlo al final de nuestros
días. Hasta entonces, vivir (con aciertos y errores) debería ser el único
propósito de la vida.
IMPOSIBLE DE ENSEÑAR, POSIBLE TRANSMITIRLO
He sido consciente de que hasta ahora he escrito
fundamentalmente de grandes fracasos, es decir, aquellas catársis que marcan
nuestra vida y nos reconducen hacia una nueva dirección. Considero que el éxito
fundamental de la vida es vivir sin miedos. Una persona que tan solo persiga el
éxito, evidentemente se está fraguando el temor a no conseguirlo. Y una persona
que lo consigue, teme perderlo. El temor con esta visión de las cosas siempre
está presente. La utilidad del fracaso es acabar con esos miedos, a lo que,
paradógicamente, va unido una perdida en la intensidad de nuestros deseos. De
repente, triunfar no es tan importante, y valoramos todo lo que ayer dábamos
por sentado miramos el camino recorrido y no el que aun nos queda por recorrer.
Todas estas reacciones que se desencadenan tras un fracaso
nos pasan prácticamente inadvertidas en el momento de vivirlas, por lo que
únicamente podemos acercarnos a describirlas de forma individual con posterioridad.
Son, por tanto, únicas, personales e intransferibles, y por eso mismo,
imposibles de enseñar. No hay teoría ni descripción posible para experiencias
que, acercándose las unas a las otras, son únicas. Nuestra mejor manera de que
el otro a quien queremos ayudar pueda comprender a largo plazo los beneficios
de su fracaso es acompañarle en sus vivencias. ¿Qué experimenta n niño que pierde
un partido de fútbol? Sobre todo dolor en las primeras ocasiones si ha sido
acostumbrado a la victoria, pero no deja de ser cierto que tras el transcurso
de unas cuantas derrotas, ese dolor va desapareciendo, centrándose más en lo
único que importa, jugar al fútbol. Cuando esto pasa el éxito llega por sí sólo.
No me refiero al éxito que todos nos estamos imaginando, sino que hablo de
éxito según nuestras capacidades. Es evidente que no todo el mundo puede ser Cristiano
o Messi, ni siquiera todo el mundo es futbolista profesional. El éxito, así medido
supone el dar el máximo de nuestras capacidades en el momento oportuno. Un buen
entrenador (y un buen profesor) sería esa persona que ha fracasado y comprende
al niño en sus fracasos, acompañándole en los momentos de dolor y haciéndolo
consciente de que hoy es mejor y más completo que ayer gracias al fracaso, pues
esa persona es la que debe señalarnos el motivo de nuestro fracaso. ¿O acaso no
es cierto que se dice que de las derrotas se aprende mucho más que de las
victorias?
SOBREVALORACIÓN DEL ÉXITO
En una sociedad que exprime el dogma consumista “tanto
tienes tanto vales”, es lógico que “tener” sea sinónimo de éxito. Erich Fromm
trató el tema en su libro “Del tener al
ser”, pero el tema es tan viejo como la sociedad de consumo misma. Defiendo
que consumir en sí no es malo siempre que se sea consciente de lo que se hace.
En este contexto, la palabra “austeridad” (para mi, desechar todo aquello que
no se necesita en busca de la sencillez) no suena tan mal como nos han hecho
pensar. Pero no creo que sea posible defender una sencillez de la persona sin
fracasar previamente, tanto más si en el fango en el que nadamos es una
sociedad en la que se aplaude lo material y lo inmediato. Lo que hoy entendemos
como éxito es una confusión histórica de la que aun no somos plenamente
conscientes. Lo tenemos todo, pero no estamos aun preparados para manejarlo, es
por eso mismo que necesitamos fracasar (ahora más que nunca) y ver la futilidad
de nuestros postulados.
Quiero cerrar este artículo con en párrafo de un libro que
me impresionó profundamente llamado “Yo
soy eso” del gurú hindú Sri Nisargadatta Maharaj (Ed. Sirio). Espero que
inspire:
Mientras creamos que
necesitamos cosas que nos hagan felices creeremos también que en su ausencia debeos
ser miserables. La mente siempre se moldea de acuerdo con sus creencias. De
aquí la importancia de convencerse de que uno no necesita ser espoleado hacia
la felicidad; de que al contrario,, el placer es una distracción y un fastidio
pues crea la falsa convicción de qe necesitamos tener y hacer cosas para ser
feliz cuando en realidad es justamente lo opuesto.
¿Pero por qué hablar
de la felicidad siquiera? Usted no piensa en la felicidad excepto cuando es
infeliz. Un hombre que dice “ahora soy feliz”, está entre dos aflicciones la
pasada y la futura Esta felicidad es una mera excitación causada por el alivio
de sufrimiento. La felicidad real es totalmente no consciente de sí misma. Se
expresa mejor negativamente como: “No hay nada mal en mí, no tengo nada de qué
preocuparme”.
FRANCISCO VIANA
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