sábado, 16 de enero de 2016

Crítica de la educación crítica

Permítaseme el juego de palabras del título con la intención de desmitificar uno de los dogmas aparentemente indiscutibles e intocables del mundo educativo, porque la verdad es que ¿Quién puede oponerse a dar a los alumnos una educación que les dote de una capacidad de crítica como filtro al alud de información que nos rodea?
Busco en google “la educación ha de ser crítica” y me vienen más de diez millones de resultados en poco más de un cuarto de segundo. Aparecen también “pedagogía crítica” –que no es a lo que me refiero- y “ciudadanía crítica”, esto último quizá tenga más que ver con lo que pretendo cuestionar.

¿Qué es una ciudadanía crítica?

Entendido desde el punto de vista de la Pedagogía Crítica, la meta ideal de toda educación es crear una ciudadanía crítica para –se nos dice- cambiar la sociedad. Diera la sensación de que, desde esta óptica, el objetivo fuera cuestionar todo lo establecido. Así pues, no hay certezas, y todo lo existente debe ser no solo sometido a juicio –lo que está bien- sino erradicado. No puede ser otra la conclusión si el resultado –cambiar la sociedad- ha sido establecido de antemano.

La crítica no debe ser incuestionable

Si de verdad el fin último es cambiar a sociedad, dicho objetivo, desde la honestidad intelectual, debe ser también cuestionado. No vale con ser crítico sin más, porque de lo contrario, establecidas las conclusiones pertinentes tras la crítica, y llegando a la certeza correspondiente, deberíamos empezar de nuevo el ciclo del sometimiento a la crítica, lo que nos llevaría a dar círculos de manera constante. Así pues, mi conclusión no puede ser otra que la de que la certeza existe, si bien, no pueden existir las certezas compartidas, porque para llegar a una certeza, se requiere de un largo periodo de estudio, descubrimiento, introspección, y autocrítica. El estudio y la experiencia nos llevan a descubrir, los descubrimientos los digerimos en silencio y los cotejamos con lo conocido hasta ese momento de nuestras vidas, y finalmente –y esto es lo más complicado- sometemos nuestro conocimiento –ahora si- a la crítica.

La imposibilidad de la crítica compartida

Si finalmente, tan solo podemos ser críticos de manera individual, será preciso levantar acta de nuestra propia impotencia a la hora de conseguir que nuestros alumnos sean críticos. Todo lo más que podemos hacer es escuchar sus conclusiones y formularles preguntas para que sean ellos quienes establezcan sus certezas, confirmen o desmientan lo aprendido hasta ahora no sólo en la escuela, sino en sus experiencias diarias con familiares y amigos, es decir, en su mundo más próximo, para que sean ellos mismos, con la suficiente experiencia, quienes se formules preguntas a ellos mismos algún día.
Cualquier maestro que establezca conclusiones previas a las que llegar está estableciendo no una crítica, sino un dogma. Es decir, cambiar la sociedad es cuestionable, porque lo que entendemos por “sociedad” no es más que la única manera de ver como miles de seres humanos han sometido a crítica lo establecido, conservando lo que creían bueno tras someterlo también a crítica –es por esto por lo que abolimos la esclavitud o las mujeres pueden votar- y por tanto, mejorando a sociedad. Cuestionarlo todo por cuestionarlo no nos lleva a ningún lado y se ha de ser crítico con lo que cuestionamos, pues lo que vivimos y aprendemos nos hace cambiar nuestro punto de vista. Tal vez en veinte años ni yo mismo esté de acuerdo con lo que escribo hoy, por tanto, en este largo camino que nos conduce a la verdad –la nuestra- individual, será buena compañera de camino la humildad. 

La lógica huida del relativismo

Esta crítica como fin en sí mismo, y no como medio para descubrir la verdad –aunque sea la nuestra- nos lleva sin remedio a lo que se ha venido a llamar “relativismo”, es decir, a dudar de todo y, lógicamente, al no poder establecer certezas ni verdades, llegar a la conclusión de que “todo es relativo”. Sin embargo, tal conclusión nos llevaría a dudar de los mismos contenidos que enseñamos en nuestras escuelas, ya que, al no existir certezas, ¿cómo podemos estar seguros de que lo que transmitimos no es una mera opinión compartida por muchos y, por tanto, estamos adoctrinando a nuestros alumnos? La lógica respuesta a estas cuestiones pasa por tener en cuenta de que el “todo es relativo” se nos está enunciando como una verdad incuestionable y absoluta, por lo que si la premisa es cierta, el “todo es relativo” es también relativo, y es necesario cuestionarlo.  
Sólo podemos concretar que no hay verdades compartidas, pero si verdades que se aproximan unas a otras. Nos movemos en un dial que se mueve entre la duda y la certeza casi a diario incluso sobre nuestra propia vida. Nuestra misión no puede ser crear individuos críticos, puesto que no sabemos si la persona que transmite ese “espíritu crítico” es suficientemente crítico consigo mismo o no. Solamente es crítico alguien que ha sido capaz de criticar sus propias críticas, y eso no se puede enseñar, tan sólo podemos mostrarlo con nuestra actitud frente a la vida. Por el contrario, creo que nuestra misión debe ser la de generar la duda en el alumno con el fin de que sea la madre de su futuro conocimiento.


FRANCISCO VIANA