Permítaseme el juego de palabras del título con la intención
de desmitificar uno de los dogmas aparentemente indiscutibles e intocables del
mundo educativo, porque la verdad es que ¿Quién puede oponerse a dar a los
alumnos una educación que les dote de una capacidad de crítica como filtro al
alud de información que nos rodea?
Busco en google “la educación ha de ser crítica” y me vienen
más de diez millones de resultados en poco más de un cuarto de segundo.
Aparecen también “pedagogía crítica” –que no es a lo que me refiero- y
“ciudadanía crítica”, esto último quizá tenga más que ver con lo que pretendo
cuestionar.
¿Qué es una
ciudadanía crítica?
Entendido desde el punto de vista de la Pedagogía Crítica,
la meta ideal de toda educación es crear una ciudadanía crítica para –se nos
dice- cambiar la sociedad. Diera la sensación de que, desde esta óptica, el
objetivo fuera cuestionar todo lo establecido. Así pues, no hay certezas, y
todo lo existente debe ser no solo sometido a juicio –lo que está bien- sino
erradicado. No puede ser otra la conclusión si el resultado –cambiar la
sociedad- ha sido establecido de antemano.
La crítica no debe
ser incuestionable
Si de verdad el fin último es cambiar a sociedad, dicho
objetivo, desde la honestidad intelectual, debe ser también cuestionado. No
vale con ser crítico sin más, porque de lo contrario, establecidas las
conclusiones pertinentes tras la crítica, y llegando a la certeza
correspondiente, deberíamos empezar de nuevo el ciclo del sometimiento a la
crítica, lo que nos llevaría a dar círculos de manera constante. Así pues, mi
conclusión no puede ser otra que la de que la certeza existe, si bien, no
pueden existir las certezas compartidas, porque para llegar a una certeza, se
requiere de un largo periodo de estudio, descubrimiento, introspección, y
autocrítica. El estudio y la experiencia nos llevan a descubrir, los
descubrimientos los digerimos en silencio y los cotejamos con lo conocido hasta
ese momento de nuestras vidas, y finalmente –y esto es lo más complicado-
sometemos nuestro conocimiento –ahora si- a la crítica.
La imposibilidad de
la crítica compartida
Si finalmente, tan solo podemos ser críticos de manera
individual, será preciso levantar acta de nuestra propia impotencia a la hora
de conseguir que nuestros alumnos sean críticos. Todo lo más que podemos hacer
es escuchar sus conclusiones y formularles preguntas para que sean ellos
quienes establezcan sus certezas, confirmen o desmientan lo aprendido hasta
ahora no sólo en la escuela, sino en sus experiencias diarias con familiares y
amigos, es decir, en su mundo más próximo, para que sean ellos mismos, con la
suficiente experiencia, quienes se formules preguntas a ellos mismos algún día.
Cualquier maestro que establezca conclusiones previas a las
que llegar está estableciendo no una crítica, sino un dogma. Es decir, cambiar
la sociedad es cuestionable, porque lo que entendemos por “sociedad” no es más
que la única manera de ver como miles de seres humanos han sometido a crítica lo
establecido, conservando lo que creían bueno tras someterlo también a crítica
–es por esto por lo que abolimos la esclavitud o las mujeres pueden votar- y
por tanto, mejorando a sociedad. Cuestionarlo todo por cuestionarlo no nos
lleva a ningún lado y se ha de ser crítico con lo que cuestionamos, pues lo que
vivimos y aprendemos nos hace cambiar nuestro punto de vista. Tal vez en veinte
años ni yo mismo esté de acuerdo con lo que escribo hoy, por tanto, en este
largo camino que nos conduce a la verdad –la nuestra- individual, será buena
compañera de camino la humildad.
La lógica huida del
relativismo
Esta crítica como fin en sí mismo, y no como medio para
descubrir la verdad –aunque sea la nuestra- nos lleva sin remedio a lo que se
ha venido a llamar “relativismo”, es decir, a dudar de todo y, lógicamente, al
no poder establecer certezas ni verdades, llegar a la conclusión de que “todo
es relativo”. Sin embargo, tal conclusión nos llevaría a dudar de los mismos
contenidos que enseñamos en nuestras escuelas, ya que, al no existir certezas,
¿cómo podemos estar seguros de que lo que transmitimos no es una mera opinión compartida
por muchos y, por tanto, estamos adoctrinando a nuestros alumnos? La lógica
respuesta a estas cuestiones pasa por tener en cuenta de que el “todo es
relativo” se nos está enunciando como una verdad incuestionable y absoluta, por
lo que si la premisa es cierta, el “todo es relativo” es también relativo, y es
necesario cuestionarlo.
Sólo podemos concretar que no hay verdades compartidas, pero
si verdades que se aproximan unas a otras. Nos movemos en un dial que se mueve
entre la duda y la certeza casi a diario incluso sobre nuestra propia vida.
Nuestra misión no puede ser crear individuos críticos, puesto que no sabemos si
la persona que transmite ese “espíritu crítico” es suficientemente crítico
consigo mismo o no. Solamente es crítico alguien que ha sido capaz de criticar
sus propias críticas, y eso no se puede enseñar, tan sólo podemos mostrarlo con
nuestra actitud frente a la vida. Por el contrario, creo que nuestra misión
debe ser la de generar la duda en el alumno con el fin de que sea la madre de
su futuro conocimiento.
FRANCISCO VIANA